Después me dirigí, caminando por un barrio residencial con pocas cosas que ver, hacia Václavske Námêsti o Václavák, la famosa plaza Wenceslao. Además de poder respirar el típico ambiente turístico en distintas lenguas, allí se encuentran muchos edificios de principios del siglo XX dignos de ver: Grand Hotel Europa, Wiehl, Lindt, Koruna, Melantrich (hoy almacenes Mark & Spencer), desde cuyo balcón Václav Hável proclamó el fin del comunismo en noviembre de 1989, etc. Con tantas opciones, ¿por dónde empezar?
Por el Národní Muzeum o Museo Nacional (http://www.nm.cz/): gran escalera central, suelos y paredes de mármol, cuadros bien elegidos, salas llenas de todo tipo de minerales, fósiles y animales disecados sobre un suelo de parqué que va crujiendo a cada paso. Las vistas hacia la plaza desde la fuente no hay que perdérselas. Y desde allí es inevitable dirigirse a la estatua ecuestre de San Wenceslao. Duque de Bohemia en el siglo X y el "buen rey Wenceslao" de las canciones navideñas, está flanqueado por los otros santos patrones de Bohemia. Cerca hay un pequeño monumento a las víctimas del comunismo, con fotografía de Jan Palach y Jan Zajíc. El primero se inmoló en las escalinatas del Museo Nacional prendiéndose fuego en enero de 1969 en protesta por la invasión de Praga por fuerzas del Pacto de Varsovia. Al día siguiente 200.000 personas se congregaron en la plaza en su honor. Y el segundo hizo lo mismo un mes después.Seguí toda la tarde, sin prisas, parándome en lo que me resultaba más curioso o atractivo, como podía ser el tranvía acondicionado como cafetería en medio de la plaza o las elegantes galerías del Palác Lucerna, con su barullo de tiendas y heladerías bajo vidriera de finales de los 40 y con la escultura Kun (Caballo) de David Cérný colgada del techo. Continué callejeando por los alrededores de Nové Mêsto hasta descansar en los tranquilos Frantiskánska zahrada (jardines franciscanos), para llegar después a la vía Na príkopê, donde paré para retomar energías a base de batidos de fresa.
Todos los días llegaba en tranvía a esa plaza con lo que tuve oportunidad de conocerla con detalle. Era curioso el contraste de detalles, la mezcla que había entre edificios señoriales y chiringuitos de perritos calientes, el ir y venir de turistas de todos los países que llegaban a convertirla en un hormiguero que servía de punto de encuentro y de partida para visitar otros muchos sitios.
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