lunes, 13 de agosto de 2007

Lunes 13, llegada a Praga.

¡Y llegó el día! Vuelo el domingo desde Madrid a Barcelona y... mal empezamos: me pierden la maleta en el aeropuerto y me encuentro con una impresionante tromba de agua sobre la ciudad. Con la que caía no pude quedar con ningún amiguete, busqué alojamiento para dormir, un sitio para cenar y a descansar, que había que estar a su hora en el aeropuerto aunque fuera sin maleta.
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Nada que reseñar sobre el viaje: Barcelona-Milán con Iberia y Milán-Praga con Alitalia. Durante todo el trayecto lució un sol veraniego que me hacía pensar que volvería a casa con un buen moreno. Por lo demás, me pasé todo el tiempo mirando por la ventana y leyendo detalladamente uno de los libros que llevaba sobre Praga.

El aeropuerto de Prague-Ruzynê estaba más vacío de lo que esperaba, cambié euros por coronas (cz) en uno de los bankomati y mientras me fumaba el primer pitillo en muchas horas iba pensando sobre cómo ir hasta el hotel. Con la gestión de uno de los empleados y considerando que poco podía ver durante el trayecto en bus en una noche oscura, me decidí por el taxi y en 20 minutos ya estaba en el hotel. ¿Y qué hacer una vez desembalada la maleta? Pues irme andando al centro de Praga, a cenar en la famosa Plaza Wenceslao.

Por aquí pasaría todos los días.

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